El desarrollo de los primeros años de vida y su significado para el futuro de los niños
Para tener una mejor comprensión del desarrollo humano temprano no podemos acercarnos meramente desde el lado psicológico, observando lenguage, pensamiento consciente o comportamiento voluntario de los niños. Solo tiene sentido un modelo psicobiológico, teniendo en cuenta los elementos que han llevado a la supervivencia del organismo humano, más allá de su desarrollo cognitivo. En los modelos psicobiológicos de la actualidad el vínculo afectivo se define como la regulación interactiva de estados de sincronicidad biológica entre y dentro de organismos (Schore 2009, Salcuni 2015).
Especialmente interesante en este contexto es el desarrollo temprano del hemisferio derecho cuya función ha sido definido como “sede del reconocimiento de uno mismo” (self-awareness). Pero también la empatía, la identificación con otras personas, la regulación de las emociones y del estrés, el procesamiento de novedad, de amenazas y de estímulos inesperados, la memoria emocional autobiográfica, la capacidad de responder rápidamente a desafíos del medio, percepción del propio cuerpo, etc. Todo aquello está relacionado con el desarrollo del hemisferio derecho (HD). Y justo este desarrollo está basado en la relación entre el niño y el cuidador principal. La comunicación madre-hijo está básicamente anclada en el HD y por lo tanto el HD se desarrolla a través de la relación entre madre/cuidador principal y niño. Y este desarrollo del HD incrementa de forma importante durante los primeros 18 – 24 meses de vida del niño (Schore, 2009)
Aparte de eso, más adelante en el desarrollo humano, una parte de nuestra cognición se basa en el anterior desarrollo de HD. Por lo tanto, el déficit de los primeros años tiene consecuencias sobre el desarrollo consecutivo del cerebro. Está reconocido hoy que el estrés traumático relacionado con maltratos infantiles influye negativamente no solo sobre el comportamiento sino sobre el desarrollo cerebral, emocional, físico y fisiológico (Salcuni 2015) y que una intervención temprana en la vida familiar puede influir positivamente incluso a la salud física de los niños cuando lleguen a la edad de adultos (Campbell et al. 2014).
Traducido, eso quiere decir que una relación estrecha y afectuosa entre madre e hijo o entre cuidador principal y niño influye positivamente en el desarrollo emocional y cognitivo y comportamental, en la relación del niño con si mismo y con los demás. Si podemos influir positivamente en esta relación, apoyando a las familias y dando herramientas para aumentar la calidad de esa relación, ¿podríamos aumentar también la calidad de las relaciones inter- e intrapersonales? Creo que podríamos llegar muy lejos.
La Teoría del Polyvagal
Según la visión clásica del Sistema Nervioso Autónomo (SNA), el simpático y el parasimpático son ramos opuestos del SNA y entre ellos regulan la activación de la respuesta de “lucha y huida” y la respuesta de “reposo”.
El psiquiatra y psicofisiólogo estadounidense Stephen W. Porges ha encontrado que en lugar de esta visión, el SNA se divide en tres ramos, siendo el nervio vago un protagonista más importante del sistema parasimpático. Según Porges, el nervio vago tiene estructuralmente dos ramos abdominales que se traducen en dos comportamientos de supervivencia diferentes: un ramo dorsal filogenéticamente más antiguo no mielinizado y un ramo ventral más moderno y mielinizado. El vago dorsal corresponde a una estrategia de supervivencia que en inglés se llama “freeze” y que podemos ver en reptiles – un parálisis, inmovilización, baja respiración y baja frecuencia cardíaca. En cambio el vago ventral corresponde a una respuesta de relajación en un contexto seguro y a salvo en contacto con otras personas. Según Porges este ramo del nervio vago es especialmente importante para la interacción social del ser humano (Porges 2013).
Un ejemplo para el comportamiento de este vago ventral puede verse durante el establecimiento del vínculo entre madre y bebé. La madre utiliza intuitivamente elementos como el tono de voz, contacto visual con el bebé, sonríe y levanta la cabeza como saludándole. Al niño le transmite la sensación de seguridad, confianza y bienestar (Harms 2015).
Desde un punto de vista evolutivo el niño está preparado para entrar en contacto con su cuidador/a si seguidamente lo experimenta emocionalmente disponible. Entonces es cuando el vago ventral se pone en acción y su respuesta neurovegetativa se convierte en la experiencia psíquica de seguridad que el niño experimenta vinculado a su cuidador adulto. (Harms 2015). Esa seguridad nos permite tener intimidad, interacción social y contacto con otras personas. Y justo eso es lo que nos hace humanos, nuestra base de seguridad en forma de un conjunto social. La Teoría del Polyvagal define una jerarquía de los tres sistemas. Es cuando no podemos crear este primer vínculo de seguridad que hace que el ramo simpático del SNA con su respuesta de alerta y agitación (o “lucha y huida”) se encarga de la supervivencia como segunda oportunidad. El niño empieza a gritar y a crear tensión en el cuerpo para exponer su sensación de peligro. Los padres reaccionan con una serie de acciones descoordinadas y seguidas para poder ayudar.
Solo si todos los intentos de crear seguridad fallan, el último recurso del SNA empieza a actuar, el parálisis del filogenéticamente más antigo ramo del nervio vago dorsal. En este estado no hay comunicación, ya que todos los recursos se retiran hacia un mantenimiento de las funciones básicas orgánicas y no queda energía para las funcionas psíquicas, perceptivas e intelectuales. Este estado es equivalente al shock, una reacción al peligro de muerte, y se crean traumas en este estado (Hüther 2009, Porges 2013).
Una persona emocionalmente sana puede moverse libremente entre estos tres estrategias del SNA. Por eso no es preocupante si una madre joven y sin experiencia se siente insegura y molesta por los gritos de su bebé. Empieza ser preocupante cuando la madre no puede volver a relajarse después de quedarse dormido su bebé. Es cuando no tenemos otra opción de reaccionar, y a pesar de nuestros intentos no poder salir de la reacción, que pone en peligro el vínculo (Harms 2015).
Bibliografía