El grito de un bebé puede ser uno de los sonidos más estresantes que podemos escuchar en nuestra vida.
La carga emocional que conlleva es el aspecto más importante de su comunicación con nosotros, sin embargo, la mayoría de adultos intentará suprimir su reacción de forma racional. El niño tiene la necesidad de ser oído y ser comprendido emocionalmente, por eso grita. Quiere estar llevado en brazos y aceptado con toda su carga de dolor. Solo así puede dejar fluir las emociones acumuladas y dejarlos ir.
Nuestro interés en el Ambulatorio Emocional entonces no es que el bebé deje de llorar, sino que aprendemos como padres de acompañarlo adecuadamente con tranquilidad y seguridad.
Sin embargo, si reacciono a mi bebé de forma habitual con medidas de calmarlo, lo hago por que no aguanto su llanto. Quiero que deje de llorar, quiero encontrar la razón por la que llora para que se pueda relajar y tranquilizar. ¿Qué necesita? ¿Qué quiere de mi? ¿Qué necesito hacer mejor? … En el fondo todas esas son reacciones que se producen por exceso de estrés a los gritos del bebé.
Esas reacciones son involuntarias, automáticas y evidentemente necesarias para el cuidado del bebé. Pero si falla intento tras intento, si el bebé ya ha bebido, no tiene calor ni frío, está en pañales secos …. si después de varios intentos de calmarle todavía no deja de llorar empiezo a estresarme, y cada vez más.
Así que mi reacción como padre al bebé llorón es de estrés, quiera o no. Y cierto, nuestro sistema nervioso autónomo realmente se comporta como si estuviera amenazado y nos pone en estado de alerta. Tiene mucho que ver con qué actitud me enfrento a esta reacción natural pero inconveniente. Si la mantengo, el vínculo afectivo se ve seriamente en peligro y yo como padre o madre entro en un estado de desesperación que me puede llevar a comportarme de manera fría y distante frente a los sollozos del niño.
El cuerpo humano compensa el estrés con tensión elevada. Podemos comprender esa tensión como un intento de generar una seguridad interior, un «aguantar», cuando en el exterior falta. Pero así nos separamos cada vez más del exterior, nos cerramos y desvinculamos también de nuestro bebé. Ese tipo de «blindaje» señaliza al niño que no puedo relajarme y que no puedo confiar de él. El niño reacciona a su vez y grita aún más fuerte, ya que es su única manera de hacerse oído. Así entramos en un círculo vicioso cada vez más fuete.
Para poder romper este círculo vicioso paradójicamente nos tenemos que atrever a conectar con nosotros mismos y retirar por un momento la atención del bebé. Cómo, por qué y lo que dice la ciencia, puedes leer en estos apartados.